viernes, 11 de abril de 2014

Cómo explicarle la muerte a los niños

La muerte es parte ineludible de la vida, y los niños también son conscientes de ello. El problema llega cuando hay que explicar a los más pequeños, acostumbrados a ver la muerte como algo ajeno en televisión o en videojuegos, el fallecimiento real de un ser querido, un tema delicado y muchas veces evitado en la familia.

En cualquier caso, la primera idea que hay que tener para hablar de la muerte a un niño es que siempre hay que decirle la verdad.

Decir siempre la verdad
El niño tiene que entender lo que se le está diciendo, pero siempre hay que decirle la verdad. Hay que decirle ese ser querido, el papá, la mamá, el abuelo o un hermanito se ha muerto y no vamos a verle más, que va a estar en nuestro recuerdo, que le vamos a recordar muchas veces, que hemos estado muy a gusto mientras hemos estado con él. Pero hay que decirle la verdad, para empezar.


Por supuesto, el mensaje hay que adaptarlo a la edad del niño y el momento que se escoge para hacerlo depende también de las experiencias a las que se enfrenta. Una ocasión o una pregunta pueden originarse al ver un programa de televisión y otras surgirán inevitablemente cuando la muerte afecta a un miembro de la familia.

Dar un mensaje que pueda entender, sin metáforas complicadas
Explicar la muerte a los niños de manera comprensible para ellos puede convertirse para los padres en un ejercicio de imaginación contraproducente porque puede confundir a los niños.

Para una familia creyente, la explicación de que el fallecido está en el cielo con Dios es útil porque da una referencia comprensible para los niños y contiene una visión que coincide con su fe religiosa.

Pero ojo a los relatos enrevesados. El niño tiene que entender que no va a volver a ver a este familiar, porque la idea de ‘el abuelo está en el cielo’ o ‘está en una estrella’, si no se explica bien, puede hacer que el niño crea que el abuelo es astronauta o que va a volver.

Un niño pequeño solo puede absorber cantidades limitadas de información; las explicaciones tienen que ser breves y sencillas. Las metáforas no son necesarias, salvo que el niño sea demasiado pequeño. Si el niño puede entender lo que ha ocurrido, hay que contarle la verdad.

Hacer visibles las propias emociones sin ocultarlas a los niños
Eludir hablar de un asunto que es evidente que afecta a la familia envía un mensaje equivocado para el niño: 'si mamá y papá no hablan de eso, es porque es algo malo, y es mejor no hablar de ello'; o ‘no puedo hablar de esto porque mamá y papá se pondrán más tristes’.

La muerte es un asunto tabú hoy en día, y hablar de ello implica examinar los propios sentimientos. No podemos aislar al niño de las emociones de los adultos: él ve el llanto, ve a sus padres tristones, el silencio, que salen menos de casa, que dejan de salir con sus amistades. El niño sabe qué ha ocurrido y tiene que aprender a gestionar esas emociones, tanto suyas como de los adultos.

Enseñar al niño a manifestar sus propias emociones
Es importante ser receptivo a las preguntas del niño o la niña, porque forma parte del proceso del duelo. Hay que observar su comportamiento. Puede no apetecerle jugar, no estar con sus amigos, buscar estar más con su familia y demandar más cariño y más contacto físico. Ahí se ve que el niño está distinto y lo está pasando mal, tanto antes como después del fallecimiento del ser querido.

Un niño también necesita llorar una pérdida y necesita apoyo, comprensión y cariño
Es un error querer distraer a los niños, en lugar de enseñarles a gestionar y vivir la tristeza, porque un niño también necesita llorar una pérdida y necesita apoyo, comprensión y cariño.

Sobre todo, hay que enseñar al niño a manifestar sus emociones, dependiendo de las edades, a través del llanto, del dibujo, de las verbalizaciones que puede hacer del tipo ‘echo de menos a mamá’, ‘echo de menos al abuelo’… Hay que enseñarle que lo que está sintiendo es tristeza, y que eso es normal, para que los niños más pequeños aprendan a identificar esas emociones.

No dejar a los niños al margen de las ceremonias de despedida
Si el niño es lo bastante mayor como para comprender lo que va a ver y escuchar, durante y después de los oficios religiosos, los psicólogos recomiendan que participen de un modo razonable.

Es muy importante que no tengamos a los niños al margen de los rituales de despedida. A partir de los diez años el niño ya comprende perfectamente lo que ha ocurrido, puede ir a ver a un enfermo o a una ceremonia de despedida, a un cementerio a llevar flores, siempre y cuando la familia le explique por qué hace eso.

No significa que tengan que ir a un tanatorio, porque en España tenemos la costumbre de mostrar los féretros abiertos; no hace falta contarle detalles del fallecimiento o que vea el cadáver, porque les va a costar asimilarlo, pero sí las ceremonias de despedida, y en especial aquellas que son un homenaje a la vida, de modo que tenga los mejores recuerdos de la persona fallecida.

Cuando los hijos son adolescentes: ofrecerles que se abran
Los adolescentes pasan por una edad en la que viven con mucha intensidad sus emociones. Se trata también de observar sus comportamientos. Van a preguntar, y si no preguntan hay que acercarse a ellos y ofrecerse a que hablen con confianza sin temor a que nos vayamos a enfadar o ponernos tristes.

Hay que darles la posibilidad de desahogarse no solamente con sus iguales, que en esas edades adquieren una importancia enorme, sino que los miembros de la familia tienen que estar abiertos a recibir las manifestaciones de dolor que ellos puedan tener.

Junto a las reacciones de ira, frustración o incomprensión, a veces hay que lidiar con un sentimiento adicional: el de culpa. Cuando a un adolescente se le muere una persona querida, más si es un padre o una madre, llegan a pensar: ‘he discutido muchas veces por cosas absurdas, no le hacía caso y ahora no le tengo’, y aparece un sentimiento de culpa, que hay que abordar desde la familia.

Hay que hacer una buena recepción de sus sentimientos, y si se ve que el adolescente tiene manifestaciones de un especial aislamiento, que dura mucho tiempo, una pena prolongada, es recomendable asistir a un psicólogo para ayudar a orientarlo.

Respuestas convenientes a preguntas complejas
Al hablar de la muerte con los hijos pequeños, hay unos cuantos consejos útiles que seguir y otros cuantos errores que evitar.

- La muerte se puede explicar fácilmente en términos de ausencia de las funciones vitales que los niños conocen: las personas se mueren cuando ya no respiran, no comen, no hablan, no piensan y no sienten; cuando los perros se mueren dejan de ladrar y correr.

- "¿Cuándo te morirás tú?". Una pregunta 'agresiva' para un adulto, pero que refleja una preocupación cierta de un niño. La mejor manera para contestar puede ser otra pregunta: ¿"Te preocupa que yo no esté aquí para cuidarte?". Si es así, una buena respuesta tranquilizadora sería: "Yo no espero morirme en mucho tiempo. Espero estar aquí para cuidarte todo el tiempo que necesites. Pero si papá y mamá se mueren, habría muchas personas que te cuidarían: la tía, el tío, la abuela...".

- No es bueno comparar la muerte con el sueño, el descanso eterno o el descansar en paz. Un niño puede sentirse confundido y empezar a tener miedo de irse a la cama o echar una siesta, o tener miedo de que si se queda dormido no despertará.

- "Se murió por una enfermedad". Los niños en edad preescolar no distinguen entre las enfermedades pasajeras y las mortales y puede generarse en ellos una preocupación innecesaria. Es útil aclarar que solo una enfermedad grave puede causar la muerte.

- "Tu hermanito está con Dios". Los niños pequeños tienden a entender las palabras literalmente, y declaraciones como "es la voluntad de Dios" pueden asustarle y hacer que crean que Dios también vendrá a llevárselo a él.







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