viernes, 27 de junio de 2014

Yo no creo en los psicólogos

En la practica clínica, con frecuencia, he atendido pacientes que, en su primera entrevista, comienzan con una declaración de principios: “tengo que decirte, antes de empezar, que yo no creo en los psicólogos”. La verdad, cuando aún se es un psicólogo inexperto, esta declaración es inquietante y pone al profesional en una situación incómoda.

La razón mas frecuente que da el paciente es, por un lado, que él siempre se gestionó perfectamente solo sus problemas emocionales y dificultades vitales y, por otro, que no piensa que “hablando” pueda resolver sus problemas, ya que sabe lo que le pasa pero que, asombrosamente esta vez, y aunque lo ha intentado durante varios meses, no ha sido capaz de remontar hacia un estado de equilibrio y normalidad.

Es muy interesante este punto de vista de algunos pacientes porque muestra el desconocimiento de aspectos centrales tanto de la génesis y mantenimiento de los problemas psicológicos, como de los métodos y técnicas de los que la psicología clínica dispone para ayudar a las personas a resolver y afrontar sus dificultades emocionales y comportamentales.


Generalmente los pacientes desconocen que, aunque pueden tener buenas habilidades de afrontamiento para enfrentarse a los problemas vitales, puede ocurrir que, en determinados periodos de la vida, se acumulen situaciones negativas, estresantes, concentradas en periodos de tiempo relativamente largos (uno o dos años), que suelen estar relacionadas con el ámbito laboral, de pareja, social o salud que se convierten en factores de estrés y sobrecarga que minan, de forma insidiosa y no percibida por el individuo, la salud psicológica y el equilibrio emocional.

Los pacientes no suelen identificar estos factores de sobrecarga, ya que para ellos son asunto pasado y en el momento actual los han afrontado de forma normal.
Aquí ignoran un factor central en el concepto de estrés que es el de sobrecarga y presión acumulativa en el tiempo, un vaso que se llena y que acaba por desbordar. Es la consecuencia de ese desbordamiento el desequilibrio psicológico y biológico que provoca el estrés, y es el estrés un proceso central en la etiología de los problemas psicológicos y también de algunos trastornos médicos.

A menudo, el paciente inicia la entrevista afirmando que no encuentra una explicación para lo que le ocurre, pero una exploración mas detallada de su vida durante los últimos meses suele revelar algunos problemas en áreas vitales, como las mencionadas arriba, que para el paciente ya son el pasado.

Es importante el estilo de afrontamiento del paciente y la valoración que tiene de los acontecimientos activadores y de los resultados obtenidos, así como de su impresión sobre su competencia en relación con los resultados. Encontramos aquí pacientes con altos niveles de exigencia, o muy negativos en la valoración de su desempeño, con tendencia exagerada a la autorresponsabilización y autoculpa. Pueden ser pacientes, con muy buenos recursos personales, pero que también tienen sus limites como los demás, aunque hasta el momento consideraban que podían afrontar todo lo que la vida les pusiese delante. Serán, pues, personas con buenos recursos cognitivos y conductuales, fuertes psicológicamente pero con un patrón perfeccionista de personalidad que les lleva a exigirse demasiado, a centrarse en sus errores y dar más importancia a lo que no hicieron que a lo que hicieron. Este patrón perfeccionista también explicaría que encuentren pedir ayuda profesional como un fracaso personal y una muestra de debilidad.

Aquí el psicólogo clínico debe hacer ver al paciente qué mecanismos personales pueden haber contribuido a su “desbordamiento” y cómo la terapia psicológica podría ayudarle a mejorar en su situación actual de depresión o ansiedad y, lo que también es muy importante, aprender qué errores personales idiosincráticos han contribuido a su descompensación emocional.

En relación a la idea de que “hablando no se resuelven los problemas”, hay que señalar que, aunque hablar o expresar las emociones puede ser terapéutico a veces, aunque no siempre, y dependiendo de ciertas circunstancias y características de los problemas y de los pacientes, la terapia no consiste en hablar, sino que se estructura como un proceso de aprendizaje donde el psicólogo muestra al paciente una explicación tangible de cómo funciona su trastorno, qué factores ambientales han contribuido, qué aspectos biológicos o constitucionales pueden ser relevantes y, lo que es más importante para la terapia psicológica, qué factores personales, habilidades, capacidades, planteamientos han fallado y como mejorarlos o modificarlos si es posible. La terapia tiene, pues, un aspecto central de definición de las dificultades y errores personales, así como un objetivo de aprendizaje y modificación de actitudes que prevengan en un futuro recaidas y que hagan al paciente “autoexigente” consciente de su gran fortaleza y capacidad de adaptación, pero que debe quererse más, valorarse más, y ser algo más condescendiente consigo mismo y, tal vez, con los demás.

Después de recorrido este camino, el psicólogo finalizará su trabajo con este tipo de pacientes con una sensación muy distinta a la que comenzó, es decir, la gran satisfacción de haber podido ayudar a una persona a mejorar y haber podido cambiar su idea inicial “yo no creo en los psicólogos”.





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